La ciudad reposa profundamente. En el caer de la tarde va llenándose de sombras el diminuto jardín; revolotean blandos, elásticos, los primeros vespertillos. Allá lejos suena la campana de algún convento. Ha llegado el crepúsculo. Comienza a brillar una estrella en el cielo oscurecido. Entonces es la hora propicia, la hora peculiarísima de estos minúsculos y aprisionados jardines; es la hora en que estos jardines entran en harmonía y comunión íntima y secreta con el ambiente y con las cosas que les rodean: con las tumbas de los guerreros y de los obispos, con la alta torre, con las columnas del claustro, con el cielo oscuro y sereno, con el parpadear brilllante de las estrellas, con las campanadas del Ángelus, que caen lentas, sonoras, pausadas, sobre la ciudad...
Azorín-Jardínes de Castilla
1 comentario:
Me ha gustado. Leeré a Azorín más a menudo.
Increíble tu poesía No hay noche absurda. Parece sencilla pero creo que dice más de lo que se imagina.
Podrías actualizar por aquí con ella :-)
Saludos Estefanía
Mario
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